A la Mañana Siguiente
En realidad, tuve una noche de esas que por más que intentes dormir, las ideas giran y giran en líneas constantes y sientes que ni las pastillas ni el cansancio son suficientes para conciliar el sueño. Una de esas noches en que escuchas como los grillos tratan de regalarte sinfonías nocturnas en el antejardín de tu casa y que por mas carros que trates de contar en la avenida nada es suficiente.
Sin embargo, las noches en vela siempre son exhaustivas, por eso mismo, porque las ideas parecen convertirse en torbellinos de palabras que vienen y se van, traen recuerdos infantiles y luego recuerdos de un sueño pasado, ahora desaparecen, se escapan de las avenidas memoriales y terminan destruyendo los paraísos del espacio. También, en este instante tengo la sensación de que la noche de insomnio es como un naufragio, donde el cuerpo se sumerge en océanos de emociones, de rabia, tristeza, alegría, ira, dolor, melancolía y no se cuantas palabras mas podrian describir ese tedioso y la vez significante instante donde la soledad se jacta con cada idea que realiza y que a la vez, como fantasma de la noche coloca en el sentido lineal de la propia realidad.
La vanidad de ese conocimiento hizo que me levantara temprano, esas ideas me habían dejado profundamente consumida en un sin fin de excitaciones articuladas, ya no por la fantasía uniforme de querer encontrar figuras en las cortinas de mi habitación, sino por el hecho de que en la noche no tuve tiempo de soñar quizá con el pasado.
Y es que la noche es como una huida a la realidad, en la noche nos encerramos en el intimo espacio del silencio, será porque muchas veces nos sentimos cobardes a la humanidad, a lo que aqueja moralmente y por eso nos dedicamos a pensar en lo que pudo ser y no ser, lo que pudimos tener y no tenemos, lo que queremos realizar y no lo hacemos: soñar.
Bah!. Me cansa excesivamente tener que admitirlo, pero tocar el piso a las 5 de la madrugada es una costumbre poco frecuente para mi gusto, sin embargo me agrada aceptar que haya una primera vez. Conté los pasos que hay desde mi habitación hasta la ducha (14 en total) y luego desde la ducha hasta la desértica terraza (26). Luego, me senté a observar como las luces de la ciudad fantasma se apagaban lentamente, y que por cada segundo los sonidos del día emergían de manera constante. Resulta extraño que en un primer momento el canto de los pájaros podía escucharse y resolverse en forma musical pero luego, en cuestión de un lapso de tres minutos, el movimiento de los carros aplacaba ese pequeño misterio de la vida. Por un instante renuncié a todos pensamientos que había dejado el paso de la noche y me entregué a un espacio atemporal o mejor inmortal, ésa puede ser la palabra que semeja este pequeño infinito al que me vi entregada.
Ese país infinito era algo así como un universo solo mío, el laberinto de la constelación perdida, el caos del ser o no ser mezclado con el pienso y luego existo, una confusión de la realidad ajena o mía o de la soledad mía o ajena, la incoherencia de lo coherente.
Corrientes de aire púrpura transitaban en el olvido del todo, la respiración a punto de extinguirse trataba de retenerme en viejas melancolías que hacían su recorrido matutino por las vías inmemorables de mi estado. No es necesario estar drogado con inyecciones blancas para cerrar los ojos de la vida y abrir los ojos del alma: pienso. Además siento que desde las profundidades de lo inconciente una voz grita: no tengas miedo.
Pero miedo de qué (me pregunto), a caso las secuelas de la noche insomne estaban llevándome a un sin fin de alucinaciones y delirios que terminarían consumiendo mis miedos y mis mas temibles fantasías. Sentía que me estaba enrollando en las vendas escritas del hermoso túnel de Sabato, la alucinante complejidad de una metamorfosis Kafkiana, o quiza anclando en el puerto de una isla desconocida donde alguna vez desembarqué con Saramago. Ahora imaginaba que la coreografia del todo era un abismo impenetrable. La palabra pensada era signo de comprensión, pero ésta era una comprensión incomprendida, la comprensión del entender y no entender, de volver a la misma discusión hasta una próxima noche, hasta encontrarme a mi misma.
Anna Bahena.
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