De Las Casualidades...
Llueve azul de Sol. Los días se han quedado suspendidos en la memoria del pasado y yo me encuentro ciertamente en cada uno de ellos.
Bah, esta vida se convierte tantas veces en algo tan monótono que para qué quiero salir de este encierro que me produce a veces la nueva madrugada, mejor, cerrar los ojos y ver el mundo con nubes vendadas de sueños y locas desesperaciones.
Ahora mismo hay silencio, todos se han ido, solo una música silva afuera con el día, observo tras la ventana, hay incertidumbre, el pronóstico del día trae nuevas soledades y una tormenta de lágrimas.
-Uno…Dos...Tres…
El viento toca el rostro de la madrugada, que bella estas, menos mal que te tengo y puedo verte, sí lo sé…llueve azul de Sol y eres hermosa pero hoy no quiero contemplar tu luz a solas como siempre. Por estas calles es tan imposible encontrar una palabra, una casualidad…
-treinta, treinta y uno, treinta y dos…
Sí, se que me encantan las casualidades. Cuando miro el cielo y veo la luna, cuando recibo la llamada inesperada de un pequeño saludo, cuando las distancias se juntan sin saberlo, pero esas casualidades son tan poco frecuentes, que me parece que solo estoy vacilando sobre ella, que solo he vuelto a hacer en una seducción mas a causa del silencio bah!!, casualidad utópica vos no existes, y si existes dime en que lugar de este eterno silencio puedo hallarte.
Cincuenta y uno, cincuenta y dos…cincuenta y tres...
Los paradores de buses siempre me han aburrido, las relaciones simbólicas que se tejen allí, los silencios, las posturas, todo, todo se torna tan fastidioso y hasta ridículo. Las miradas comienzan a chocarse, te miran de arriba a bajo con el deseo decirte alguna cosa bella o a lo mejor para hacer una critica frente al por que soy como soy.
Sesenta y cinco, sesenta y seis, sesenta y siete…
Me detengo. Una mariposa blanca vuela sobre el césped, me sonríe, le sonrío. Pienso en que todavía no ha dado hora alguna. Observo el aleteo de sus diminutas alas, me pregunto como algo tan pequeño pueda tener vida, en que pensaran las mariposas cuando vuelan, si yo volara iría a la estrella mas fugaz jajaja me río de mi misma, si pretendiera alcanzar una estrella fugaz estaría a tantos grados sobre el nivel del mar que mis pequeños pulmones no alcanzarían a llegar ni a la mitad de una nube gris, me derrumbaría la lluvia, quedaría ensordecida por la melodía de una inmensa tormenta eléctrica.
Ochenta y ocho, ochenta y nueve, novent…… ¿Quién es?
Hay silencios en mi vida, pero nunca un silencio como éste. He olvidado la cuenta de mis pasos y la memoria del pasado ha naufragado en el olvido.
Advierto que tras la sombra interminable de un poste ha anclado un marinero que frente a él tiene una blanca isla desconocida, siento el olor del mar y las cerezas, recuerdo aquellas palabras de esa isla que leí en alguna instancia solitaria:
“- Y tú para qué quieres un barco – para buscar la isla desconocida, respondió el hombre, Que isla desconocida, preguntó el rey, disimulando la risa, como si tuviera en frente a un loco de atar , de los que tienen manías de navegaciones, a quien no sería bueno contrariar así de entrada, La isla desconocida, repitió el hombre, Hombre, ya no hay islas desconocidas, Quien te ha dicho, rey que ya no hay islas desconocidas, Están todas el los mapas, En los mapas están sólo las islas conocidas, Y qué isla desconocida es esa que tú buscas, Si te lo pudiese decir entonces no sería desconocida, A quien has oído hablar de ella, preguntó el rey, ahora mas serio, A nadie, En ese caso, por qué te empeñas en decir que ella existe, Simplemente porque es imposible que no exista una isla desconocida, Y has venido aquí para pedirme un barco, Sí, vine aquí para pedirte un barco, Y tú quien eres para que yo te lo dé, Y tú quien eres para no dármelo, Soy el rey de este reino y los barcos del reino me pertenecen todos, Más les pertenecerás tú a ellos que ellos a ti, Qué quieres decir, preguntó el rey inquieto, Que tú sin ellos nada eres, y que ellos, sin ti, pueden navegar siempre, Bajo mis órdenes, con mis pilotos y mis marineros, No te pido marineros ni piloto, sólo te pido un barco, Y esa isla desconocida, si la encuentras, será para mí, A ti, rey, sólo te interesan las islas conocidas, También me interesan las desconocidas, cuando dejan de serlo, Tal vez ésta no se deje conocer…”
Han pasado 10 minutos y nueve lunas en mi alma cuando imaginé que el marinero había anclado en la isla desconocida, pero siento que soy yo, sin estar en esa búsqueda, quien ha anclado en la isla solitaria de mis propios designios. Ah, mejor regreso a lo que me pertenece, no valla a ser que esta utopía de saberme en una isla, termine por naufragar en algo que vaya acompañado de tristeza, de azules fantasías que se pierdan en el olor de la noche, en el dolor del solitario mar.
Además, el autobús ha estacionado, debo bajarme de una vez, me despido del silencio dulce del marinero, asimismo, el tiempo no debe ya tardar para anunciarnos que las horas llegan desprovistas y que su fiel intención es desviarnos de nuestra primera casualidad.
Camino hacia la estación, no hay nadie, todos se han ido nuevamente, pienso en la casualidad de verlo, mis alas descansan con la luz del Sol y mis sueños se suspenden en la fuente de las ideas. Es hora de ir a clase. No hay nada que convierta en algo fugaz este día, no hay un ángulo para tomar la fotografía del instante, llega el autobús, es mejor abordarlo, pienso que el marinero no fue más que una bella ilusión, una alucinación de mis propios sueños. Que bello era ese marinero digo con nostalgia, no porque buscara una isla, a lo mejor esa isla para él ya existe y no esté interesado a dar una vuelta en el mediterráneo para en busca de algo que para el no coexiste. Bah, hablo como si él me recordara, como si me hubiese visto. En este punto las cosas no son tan agradables, es verdad, tal vez nunca me vio.
Pasan las horas refugiadas en libros y libros, llueve fuerte sobre la ciudad gris, llego a casa, no hay nadie y me apropio del silencio, doy una ducha fugaz con la tarde. Decido salir, caminar un rato, sonreír, ver gente a quien hace tanto tiempo le he negado el alma y la alegría y es extraño, quiero vestirme de blanco, pero hace tanto frío que lo mejor es un color obscuro que haga juego con la última hora. Me visto de negro y salgo. El viento sopla mas fuerte que lo normal, cojo una ruta diferente para esperar el autobús (en esta parte del planeta siempre donde estoy siempre hay que abordarlo).
Los paisajes que dibuja el invierno se vuelven misteriosos, auguran veros nuevos o canciones de lluvia, pienso en las horas, es demasiado temprano para caer la noche. Pasan carros sobre la avenida, decido esperar la ruta de agosto bajo un viejo árbol, espero y espero…
Bajo la mirada. Pienso si es posible que la espera nos lleve a algún lugar, me pregunto “¿Cuál es el lugar donde la espera nos espera?...siempre a la espera”. Sonrío. Levanto la mirada hacia el paradero, nuevamente el silencio me deja con las palabras blancas: el marinero.
No es de madrugada para ser un sueño, el alma se me escapa por la boca, es mejor cerrarla para no quedar sin nada. El hombre de la casualidad hoy no hace presencia de ausencia, yo estoy frente a él. Vacilo con el viento, le digo: “si la belleza fuese un instante…” y lo fue. Se ha ido tan pronto.
He quedado con ese sabor del invierno en el Alma. Extraviada en el acantilado silencioso de las horas, suspendida en todas y cada una del mundo de los sueños y me he quedado sin palabras.
Anna.
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