domingo, diciembre 25, 2011

El Círculo Vicioso


Era tan grande para entender

cómo y por qué

los restos del reloj

no marcaban las horas

con pulcra exactitud.

Su movimiento impreciso,

Producía -como otros muchos-

Un primer viaje a las estrellas

Hasta el infinito.


Anna Bahena.

miércoles, diciembre 07, 2011

Hace unos Años...

He venido a las letras sin sombra. He llegado a la nocturna hora del destino donde tus pasos y los míos coinciden desarmados. He escuchado un corazón latir en la penumbra del silencio abrazando la vida por un minuto de misericordia. Fue como sentir estallar el relámpago en sí mismo. Fue ver la luz adentro de la luz. La carencia de mi tiempo pude percibirla cruzando aquellas luces artificiales de parque. El vacío. Respiraba profundo cuestionando al destino y mi última sonrisa. Qué haces abriendo la caja de mi tórax nuevamente, esa cerrada y empolvada puerta que bajo llave aguardaba por años un rayo de vida. Un destello taciturno que en la fuga del viento apartara sus ojos de la luna y me viera tan solo en un instante brillar acá en la tierra. Tuve miedo. La torpeza se apoderó de mí aunque supe fugazmente que aquella imagen imborrable por siglos, aliviará mi pequeña memoria y si un día las estrellas del cielo se apagasen, podría describir perfectamente los detalles que acompañan la noche más corta de los últimos meses y el día más largo de los últimos años. Tengo colores en los dedos, se dibuja en mi garganta una pequeña sensación de tristeza, que se asoma por mis ojos, se devuelve a mis labios, se convierte en sonrisa. Una risa cómplice, una risa que llevaba 368 días, 17.589 horas (En tiempo real), esperando ser encontrada, habitada. Es verdad, la soledad tenía razón, el ocaso de la certidumbre se desliza por la piel de la lluvia que cae y adormece las flores. La neblina ha convertido el espacio en un cielo transitorio. La hora de dormir ha llegado alucinada, extasiada de un sueño hallado, en la constancia infinita de una noche imborrable. Y ahora, todo parece estar detenido, el reloj de casa ha escapado de las paredes del vacío, la nube penetra las cortinas de casa, me despido del día y sueño. Hoy, he despertado fugaz, la pregunta del ser o no ser, hacer o no hacer me deja congelada. El frio de la madrugada me devora, soy presa de la ansiedad, de la necesidad de revivir cada instante, de tomarlo para siempre en un frasquito de cristal donde nadie lo vea, solo mis ojos y tus ojos. Te llamo. El Silencio. El corazón nuevamente me pide paciencia. Mi paciencia no es paciente cuando entre tu terraza y mi casa no existen abismos, ni árboles, ni calles, ni espejos, ni torres de doncellas. Me detengo y te veo. Alucino tu cuerpo allí en la madrugada de martes, explorando la luna que te encuentra. Blanca mañana, la lluvia incinerada desaparece en lo que lleva del día. Luego de tres horas y cuarto de un largo viaje, llego a casa, veo la biblioteca, sonrío un instante y luego el silencio ensordece las ganas de huir. Tengo nudos en la piel, en los brazos, en los ojos. No sé si reírme de la noche, o extrañarla. Tengo esa mirada grabada en todas mis memorias, el abrazo noctámbulo, mi mano torpemente levantada para saludarte, mis pequeños zapatos tratando de encontrarte, pretendiendo abrazarte nuevamente y decirte que te extraño. Tanto que deseo que un día, tal vez siete, las estrellas se apaguen y tarde o temprano de ese día, volvamos a cruzarnos en la línea del destino que une tu sonrisa a mi sonrisa, tus ojos a mis ojos, tu voz a mi voz, tu presencia a mi alma y viceversa.

¿Qué estaría haciendo hace unos años?

Habitaba paisajes nunca vistos en tus ojos y en los míos. Un día, como hoy, habite un paisaje. Contenía tus ojos en los míos y nunca pude irme, nunca me fui.

A tí, al caminante de estrellas, eternamente...


Anna Bahena.