martes, mayo 20, 2008

Pequeño Cuadro Pintado de Nostalgia


Bajo la curvada linea de mis ojos y tras la menguante luna negra fantaseando su llegada, se escucha el paso de una noche menos en el calendario rojo de la tragedia. En cada despertar de las horas se revuelve un huracan de sueños por mi mente. Pasan por la cabeza los garabatos de colores sembrados en el jardin de esta locura que me lleva la vida. Locura, locura, Amor, tristeza, divina locura. Semblante del Sol amarillo que se mete en la noche a mi cama para abrazarme con rayos vespertinos de madrugada intacta. Cada minuto es una hora de eternidad, aquella hermosa eternidad donde acostumbro a asomarme a la vida tomada de su mano. Abrazo que no está. Y así, en este circo de la vida hago corazones con el humo que respiro, malabares doscificados de ensueños, de colores lúcidos que son arcoiris pintados con mi alma para qué, alguna vez si es necesario, aparezcan en la noche escampando la tempestad del tedio y la nostalgia. Y pienso en él. Y se que está en mi mundo de todas las formas posibles aunque no le interesen las palabras. Siento que la inexistencia de las formas ha llegado a su fin. Todas las he construido con su presencia indisoluble en mis tiempos de tiempos y horas de horas. Y pienso en él, en un eterno amor y magno sueño, mientras paso la noche entregandome a todos los instantes que tiemblan, a ese vacio en el alma cuando siento su voz transpasar las fronteras de las nubes de ausencia, y así, palabra por palabra, describirme la tristeza en que nos hemos convertido.


Anna.

jueves, mayo 15, 2008

Odisea del Manuscrito Hallado en una Botella

“Los dioses que adoras ya no existen; han muerto y de ellos solo queda la inmortalidad de la memoria” –Te extraña la presencia que jamás te conoció. Para tu memoria, Poe, estas palabras que dicen: “jamás serás olvidado”.
Castrillón.
Escapando de aquella embarcación, antes que se precipitara hacia el interior de la tierra y fuese engullida sin resistencia como un pedazo de dulce maná, se ve allí a aquella botella que se dirige hacia la mar. Se le ve, valiente, enfrentando su destino con no más impulso que el de una historia deseando ser contada (que lleva en su interior como si fuese su alma). El brillo del sol que se refleja en su superficie brota como esperanza de aquella tormenta (que merece más que tan vago nombre) nunca vista, en que nació su contenido, no volverá a verse y que su viaje será placido, impulsado por suaves corrientes marinas que la acariciarán en su trayecto. Se siente un poco triste por las almas que reposarán eternamente sobre las aguas, a pesar que no imagina mejor destino para un marinero que el de descansar sobre los reinos de Poseidón, abrazado por el cantar de las sirenas hasta que los tiempos se detengan. Eleva una plegaria por su viaje, un poco confundida de si elegir los dioses viejos o los nuevos, y una oración por los lobos muertos en batalla. Después, ya un poco resignada, decide alejarse de aquella tumba (de agua y sal) para emprender su viaje.

En leve vaivén y sin mareo flota sobre las aguas ya plácidas observando, por un lado, cómo las heladas paredes se alejan y, por el otro, el horizonte hacia el que se dirige. Una extasiante sensación de anhelo se apodera de su corazón de cristal, en medio de un deseo de convertirse en gaviota para surcar los cielos en majestuosa velocidad y alcanzar su destino (cualquiera que sea) en habilidoso aterrizaje. Imagina, aún anhelando el horizonte, su blanco plumaje aferrado firmemente a su piel, su pico ingeniosamente diseñado para la pesca, la libertad que provee su vuelo, sus ojos siempre expectantes del anaranjado ocaso, y su natural corazón de carne latiendo al ritmo de las olas. Por un momento olvida su composición de cristal, el anecdótico contenido que lleva en su interior (que contiene un alma esclavizada en letras) y el objetivo que persigue su vidriosa existencia. Por un momento es simplemente gaviota de carne y hueso (y otros materiales también importantes) con ninguna otra razón de vida que sentir como el viento peina sus plumas, en medio del salado mar y sus aromas, mientras lleva a cabo su vuelo a través de la azul inmensidad cargada de nubes blancas.

Llegado el ocaso ve (en su reflejo de cristal) cómo el sol se precipita en la mar y apaga sus llamas en el agua para extinguir su luz y permitir la llegada de la noche. Espera que salga la luna y la acompañe, pero esta no desea ser brillante en una noche de lamentos; el agujero celestial de su ausencia es protesta, contra la mar y sus dioses, por las vidas recientemente extinguidas en aquel lecho. Se encuentran así, botella y manuscrito, flotando solitarios en la inmensidad del océano; solo dos sonidos rompen el silencio en extraña y arrítmica melodía. Marca el tiempo un casi imperceptible rozamiento de las aguas contra el cristal, como una caricia del tridente de un dios marino, mientras el arrullo de las olas (causado por el pasivo toque del viento, señal del compasivo Eolo) resuena como silbido infantil en el profundo horizonte. Por un momento, este momento, la botella odia a aquel cuerpo que la arrojó s su odisea; su dolor se encuentra en un deseo frustrado (por su condición inanimada) de cantar y danzar, de la mano de Polimnia y Terpsícore, al ritmo arrítmico de aquella melodía. Pasa así la noche, escuchando sin acompañar, tan solo flotando sin elección, y esperando el arribo a alguna playa en que será recogida por las manos de algún niño que juega con la arena. Piensa en soñar, y lo hace (sin dormir). Se sueña como pez que se desplaza por las aguas y es dueño de su mundo. Imagina su respiración branquial, al dejar entrar el agua por su boca, y se dibuja la imagen de sus escamas en colores; se mira nadando en el agua, despreocupado, y se ve en un momento de descuido atrapado por el anzuelo de un lobo marino mientras descubre que ha perdido su libertad y, posiblemente, su vida (y maldice su destino).

Amanece. El repentino cambio de la oscuridad a la luz la sorprende en medio de sus sueños. Otro día ha llegado y lo sabe. Pero no lo siente en forma alguna porque el paso del tiempo no ha mostrado (hasta ahora) cambios en su condición. Sigue sola, sin conocer su destino, con un manuscrito en su interior. Ya no está segura si soñar porque, a pesar de entretenerse, esta acción tampoco marca diferencias. Ya está cansada de estar a la deriva, sin poder decidir su destino; la idea de no tener capacidad para hundirse en las profundidades o quebrarse contra las rocas la impacienta. Se siente desolada y descubre, por primera vez, que no es libre.

Se siente extrañada y abatida por el silencio del día; su vida hasta ahora se había realizado en medio de almas que conversaban consigo mismas en voz alta e impedían el silencio, pero ahora ya no hay impedimento y el silencio se apodera del ambiente como un virus. Y el silencio, aquella bestia sin cuerpo que hizo suyo el mundo sin esfuerzo alguno, la lleva de la mano hacia el sueño aún sin deseos de soñar (y espera que ninguna imagen se apodere de su mente mientras se encuentra ausente).

En un momento en que las nubes se marcharon de los cielos, para permitir que su azul se bese con el mar, un sonido como de serafines cargando campanillas en sus tobillos, perturbó el dormir del océano y de aquella botella (intrusa en tan inmenso reino). Mientras el brillo de su despertar regresaba a su cristal, sintió una extraña sacudida en su interior que la hizo pensar fue una emoción del manuscrito, pero este pensamiento de hizo absurdo (no es posible que haya alma en un papel). Observa a su alrededor con esperanzas de ver el alma que habrá de recogerla, pero la única presencia se encuentra a lo lejos; una pequeña isla se asoma tímida en el horizonte y la mira curiosa. Un temblor ansioso recorre toda su superficie; ve a aquel pedazo de tierra como el alma amada que da falsas esperanzas de amor con su mirada. La visión de su amor platónico la hace desear llorar y, por un corto momento, odia de nuevo su condición de botella y el no poder desplazarse a su antojo para alcanzar aquellas playas. Observa a lo lejos como la isla la mira, un poco piadosa, un poco triste, y siente deseos de convertirse en arena de aquellas playas que se dibujan y colorean blancas a lo lejos. Después de sufrir (un poco) por su maldita condición, decide dejar que las corrientes marinas guíen su camino sobre la desolada resignación. Y, así, el tiempo pasa.

En un momento de cristalino descuido, momento en que las divagaciones habían inundado toda su absurda conciencia, una corriente de aire la rodea y refresca su contorno al dividirse en dos al chocar con su silueta. Su cuerpo se inclina en dirección a la isla, formando una flecha que toma por punta su corcho, mientras una nueva esperanza fluye en su interior y la llena con sabores dulces (de ciruela y vainilla), como un merlo barato y marinero lo hizo tiempo atrás (aunque ha perdido su etiqueta, en su interior aún conserva un leve aroma a fruto maduro). El oleaje que nace en algún lugar y acumula agua hasta estrellarse en la arena (o rocas si se encuentra triste), la arrastra poco a poco hacia su destino soñado y añeja gradualmente los sabores de la esperanza. Su prioridad ya ha cambiado; no es entregar el manuscrito su principal objetivo, sino simplemente reposar en la arena hasta ser encontrada (porque está cansada de flotar).

El tiempo avanza, el espacio entre su presente y su sueño disminuye, y el silencio abandona el escenario para permitir la actuación de sonidos recién nacidos (o conocidos) que forman sincronías armónicas. Agradece a la musa Terpsícore por añadir a su ambiente dos garzas, que bailan en el cielo mientras cantan al sol (y sus picos y estómagos añoran peces), y a toda la familia olímpica por permitir que se forme un poco de ritmo y melodía en su existencia. Ahora se siente cristal armónico, aunque no acompañante, y su esperanza es alegría; la soledad no existe más en su interior porque tan solo hay espacio para los sonidos del divino musical.

-Los dioses que adoras ya no existen; han muerto y de ellos solo queda la inmortalidad de la memoria- escucha una voz que habla.
-¿Quién habla? ¿Dónde te ocultas cobarde? –pronuncia, mientras descubre que de alguna forma (inexplicable) puede hablar.
-No me oculto, no lo he hecho ni lo haré.
-Entonces revélame tu posición. Dime de donde has salido y qué buscas.
-No debes preguntar de donde ha salido sino a donde ha entrado. Mi posición siempre la has conocido, o al menos desde el inicio de tu odisea, pero no me habías querido conocer a mí. Tu ciego deseo de entregar un mensaje sin la curiosidad de conocerlo te ha obligado a realizar esta proeza en soledad.
-¿Acaso eres aquel pedazo de papel que llevo en mi interior? ¿Eres las palabras de aquel hombre que duerme ya en el lecho marino?
-Soy esto, menos y más. Hasta ahora, no era más que el contenido de una botella que vivía por otro, en este momento soy palabras pero no mi contenido, y en un futuro seré el mensaje que cargo tatuado con tinta.

Su cuerpo de cristal vibra y se sacude (casi hasta sentirse retorcer) con su nuevo descubrimiento. Nunca estuvo sola; simplemente estuvo demasiado ocupada (con toda la ironía que implica su ocupación) para descubrir su compañía.

-Disculpa la insolencia del inicio, fue simplemente una reacción de sorpresa del encuentro – pronuncia avergonzada mientras un resplandor rojo de atardecer se refleja en su cristal, ruborizándola-. ¿Dices que los dioses que adoro han muerto? No lo creo, ya que han sido ellos quienes me han acompañado en mi travesía.
-Te ha acompañado tu creencia en ellos, no su presencia. ¿Acaso has visto la figura del tridente o la puerta abierta de la cueva en que el viento es encerrado? Puedes imaginar sus formas y colores, pero no puedes verlos desde la posición en que estás –responde aquel papel, sin tono alguno.
-¿Qué posición?- pregunta contrariada.
-Tu posición de botella. No tienes carne ni huesos, la sangre no circula en tu interior. ¿Cómo puedes pretender invocar dioses a gritos o adorarlos con murmullos si no posees una boca que permita las palabras?

En este momento, las imágenes de los dioses se desvanecen, la mitología escapa de su vida de cristal y se desvanece como las huellas de una mariposa en la playa. Sus plegarias son olvidadas, ignoradas por la memoria, mientras los dioses que la acompañaron en su viaje se despiden con un movimiento de mano (que describe la forma de un arco iris), alejándose hacia la penumbra.

-Pero tengo vida. He vivido mi odisea y he sentido el rumor de la soledad en mi interior. Aún percibo el aroma del merlo en mi interior, escucho tus palabras y el sonidos de las olas en aquella playa cercana (en medio de la conversación, la playa se acercaba más y más). Existo y tengo alma; por eso he sufrido y deseado llorar, y el maldecido mi incapacidad para ser lo que quisiera ser - grita desesperada por conservar su realidad, al ver que parte de esta se ha desvanecido en el olvido.
-Recuerda que no tienes boca ni exhalas aire. Recuerda que no puedes hablar, ni aún conmigo.
Con estas palabras (y la conciencia de su significado) se extinguen las últimas esperanzas de clamar por misericordia, de rogar por su vida.

-No tienes un corazón que palpite ni, como dije antes, sangre que recorra tu cuerpo; no tienes vida. Existes, si, pero no puedes llamarte viva no osar compararte con peces o con garzas.

La expresión del manuscrito, severa e inclemente, elimina otra razón del cristal. Sabe que existe pero olvida sus recuerdos. Su vida se escapa como el humo, mientras su alma se hunde en las profundidades del océano.; ya no es lo que solía ser y lo qua sabe, pero no logra recordarlo. Ahora solo le queda la ignorancia de lo que es y la conciencia de su existencia.

-ahora bien, ¿de qué de ufanas? No tienes vida ni tienes alma, ¿cómo podrías sufrir? Incluso mis palabras son absurdas porque no pueden ser escuchadas. ¿Acaso no ves que no tienes orejas que te permitan escuchar, ni cerebro que te permita pensar? La mente es algo que no cabe en tu existencia, así como los sonidos del pensamiento.

El silencio invade la totalidad. Surge como último pensamiento (resonando como un eco en su interior) la conciencia de que una conciencia en silencio no puede existir, que el pensamiento en silencio es una noción absurda, incluso para una botella que en algún momento se consideró viva y lo ha olvidado.
El rozamiento con la arena produce un leve sonido. La odisea ha finalizado, pero ya no hay conciencia para reconocerlo. Ahora solo hay sonidos sin conciencia; el golpe de las olas con la arena, el canto de dos garzas en e cielo, el arrullo del viento sobre la mar, los pasos de un niño sobre la arena.

Se acerca tan rápidamente como sus pies lo permiten. Observa la botella color verde que reposa en la arena y resplandece con los reflejos del sol. La toma en sus manos, la pone a contraluz y, gracias a los rayos luminosos que atraviesan el cristal, descubre que hay algo en su interior (un papel). Intenta retirar el corcho que cubre el pico de la botella pero no lo logra, por lo que busca una roca, enterrada en la arena por el paso del tiempo, las olas y la arena y rompe en mil y un pedazos el cristal en un golpe seco pero estruendoso. Toma la hoja con sus manos, la abre y observa el manuscrito. Después, simplemente camina hacia otra dirección, tal vez hacia casa, dejando atrás los cristales rotos de aquella mensajera existente sin vida. Así, roto su cristal, fragmentado su cuerpo sin alma, se ve bajar por la verde superficie de cristal una gota de agua salada que simula una lágrima nostálgica, un sollozo líquido por la odisea terminada, por un trabajo (y un sueño) realizado.

Así muere la muerta fantasía.

Anna Bahena.

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domingo, mayo 11, 2008

Salto a la Noche


De repente una tormenta de estrellas amenazaba con llegar en horas de la madrugada. Ambos sabíamos que si no reparábamos la hélice derecha de nuestra maquina voladora, millones de sueños que estaban a cargo de mi corazón, estarían en peligro de caer al mar. Por tanto, esto significaba mezclarse con la sangre azul que tiñe ese delicado pedazo de la tierra. ¡Corre, deprisa, corre!, Era la desesperada voz que desde el abismo inconfundible de mi alma, sacaba sus nacientes gritos y los colgaba en al aire como si fuesen cuerdas de guitarra en una madrugada de un día como hoy. Y aunque el cielo amenazaba tormentas, aunque los sueños estuvieran a punto de caer al mar, el olor de la soledad era evidente, ese olor que solo se siente en el silencio de una noche y nunca más podrá volver a verse. Era ese olor del paso de la muerte, con ganas de vivir eternamente.


Anna.